Dr. Manuel Campuzano Fernández
Puede pensarse que fui desde pequeño una personita con inquietudes relacionadas con el funcionamiento, sobretodo mecánico de las cosas que paralelamente desarrollé una habilidad manual sorprendente para las edades por las que fui atravesando. Desarmaba y volvía a armar lo que se ponía bajo mi alcance; aprendí a dibujar, a tallar en pequeñas piezas de madera rudimentos de arte, a elaborar artefactos metálicos (ya dije en otro párrafo que hacia la llave necesaria para hurgar entre las pertenencias de mi mamá y también las de mi papá). En no pocas ocasiones me metí en problemas, como por ejemplo con relojes o con el motor del carro de mi padre, una vez que cayó varios días en cama y no se dio cuenta de lo que yo estaba haciendo; ese día se lo tuvo que llevar una grúa para volverlo a armar. Yo me justifiqué en casa con el pretexto de que solo pretendía limpiar las válvulas.. Mi papá se fue dando cuenta de esas habilidades y poco a poco fue dotando un pequeño taller de algunas herramientas eléctricas y manuales que contribuyeron enormemente al desarrollo de las primeras. Como ejemplos que recuerdo podría citar; cuando estuve en secundaria solía construir cosas que venían descritas en mi libro de física y representadas en esquemas o dibujos, como bombas impelentes y de aspiración por supuesto, o como complejas poleas diferenciales con los engranes por supuesto hechos a mano, con limas las ranuras.
Ya entrando en años, cuando tenía 20, en la clase de clínica quirúrgica, cierta ocasión el maestro Clemente Robles nos llevó a enseñar un artefacto elaborado con acero inoxidable que servía para cortar la válvula mitral estenosada; un mecanismo accionado por una cremallera la permitía cerrar. Se introducía por la aurícula, se abría para cortar la válvula y luego se cerraba al retirarla mientras atravesaba de regreso por la propia aurícula. El aparatito había sido ideado por mi cirujano y por tanto llevaba su nombre; se llamaba valvulotomo de Baillie. No existía en el mercado y con la autorización del autor se podía hacer por encargo en una fábrica de Philadelfia. Eran los inicios de la cirugía cardiaca. Nos fuimos turnando para admirarlo, de alumno a alumno y de fila en fila. Cuando llegó a mis manos, lo observé y lo accioné y le opiné al maestro –Préstemelo un fin de semana y yo le hago uno igual y se lo regalo-. Con todas las dudas del mundo y sin interrogarme respecto a si mi padre tenía un taller o más aún una fábrica de artefactos, me tuvo confianza y me lo prestó. Compré mi acero en la Ferretería Nacional, en lo que entonces llamábamos Calzada de la Piedad y me apliqué a su elaboración. Lo terminé con acabados y función tan perfectos como el original. Hoy, aún con mucho mejor equipo sería incapaz de esa perfección. Antes de dárselo a mi maestro le mande grabar “ Campuzano, México” a una casa que se dedicaba a grabar e imprimir tarjetas de presentación e invitaciones que había en la calle de Ayuntamiento; se llamaba Fernando Fernández, Grabadores.
Ignoro qué impresión le causó al Dr. Robles; es posible que haya pensado que yo a mi vez lo había mandado fabricar. El se iniciaba en el Instituto de Cardiología como cirujano. Ignoro si alguna vez usó el aparato. Pronto evoluciono la técnica y se abandonó. Lo que acabo de relatar ocurrió el año de 1946. Se fueron los años y cierto día, probablemente en 1986, quiso el destino que aunque lejísimos hubiera estado de ello en mis tiempos de estudiante, al igual que yo, Jorge Soni, compañero mío de generación entonces, siendo ambos directores yo del Instituto de Enfermedades de la Nutrición y el del Instituto Nacional de Cardiología me comentó – En una vitrina de quirófano en mi institución hay un aparatito con tu nombre. Yo le contesté - dámelo por favor, yo lo fabriqué para el maestro Robles cuando éramos estudiantes. Así fue como milagrosamente regresó a mis manos una pequeña obra de arte que puede constituir a su vez un mínimo hito histórico en el manejo de un problema, habían pasado 40 años.
Un año más tarde de lo que aconteció cuando tomaba la clase de Clínica Quirúrgica comencé a fabricar también un par de separadores que habría de usar en operaciones de abdomen durante mi servicio social; uno de ellos manual y otro que hacía las veces de Gosset, ambos copiados de catálogos. Aun están en mis manos.
En casa de mi padre conté con herramientas manuales, con un pequeño torno del siglo XIX, esmeril y taladro de pie. Hoy ,apenas pude hacerme de espacio para ese tipo de trabajos, compré un torno mejor, una fresadora y mucho más herramientas manuales. En la medida en que me fui transformando en cirujano, siempre surgió en mi mente, “- con un instrumento así pudiera realizarse o simplificarse este tiempo operatorio y como consecuencia yo lo fabriqué; por ejemplo para identificar el ámpula de váter y manipularlacon incisiones duodenales precisas y pequeñas, para traspasar el hígado con férulas, para manipular el hiato diafragmático y el esófago y, finalmente para retraer parrilla costal con precisión y sin fatigar ayudantes, lo cual me sugirió el desarrollo paulatino de un reparador sostenido en los rieles de la mesa de operaciones que primero elaboré y empleé para retraer la pared abdominal vecina a los arcos costales en operaciones de los órganos profundos completado con superior; algo después por sistemas que además sostenían valvas para facilitar la exposición de órganos profundos y primordialmente un marco para exponer en cualquier dirección los mismos, todo lo anterior se dice en pocas palabras; me llevo quizá 10 años perfeccionarlo de tal suerte que cumpliera con todas las funciones que mis operaciones sobre la parte superior o inferior del abdomen pudieran requerir; a grado tal de que construido por mí, el equipo completo, después de sufrir un buen número de cambios llegó a su diseño definitivo y fue construido por mí en serie.
Creo que en relación con esta, que puede considerarse como mi obra final de ingeniería mecánica vale la pena hacer algunos comentarios:
Cada equipo consta de 64 elementos, de los cuales solo hay que armar de 8 a 16 en el momento de su uso.
A la sazón en que me encuentro escribiendo estos recuerdos, el acero inoxidable que empleo me cuesta poco mas de 50 dólares, la manufactura personal implicó un deleite personal por considerarlo un reto a mi capacidad de hacer cosas con función y precisión. Por constituir un entretenimiento productivo y porque constituía mi ejercicio físico complementario para mi salud. Lo patenté dos veces; patente que en ambas ocasiones tuvo una duración de 10 años, la última expiró en 2014. En alguna ocasión traté de que lo mandara fabricar una importadora de instrumental quirúrgico. Mi demostración resultó infructuosa; el empleado principal de la empresa opinó “No nos interesa, a lo sumo creo que podríamos vender unos 20 equipos como ese al año”
En otra oportunidad que se me ofreció sin proponerlo yo, es decir de manera circunstancial, lo iban a copiar en una fábrica con la oferta de colocarlo al mayoreo en hospitales del gobierno o descentralizados, lo que podía significar un buen número de ejemplares. Facilité un ejemplar, planos y anticipe dinero. El resultado resultó bastante menos perfecto que como yo lo construí y me perdieron dos o tres piezas originales que tampoco reprodujeron.
Un equipo que actualmente lleva funciones exactamente iguales al mío, en un modelo llamado básico, con funciones menos complejas fue expuesto en un congreso al precio de 13 mil dólares. Si yo intenté industrializarlo no fue con el propósito de hacer negocio, reconozco que nunca trabajé dándole a mi quehacer ese sentido; fue por difundirlo.
Regalé dos a Nutrición y dos a ex residentes que emigraron a trabajar en provincia y dos a otros compañeros, otro a Médica Sur, otro a un hospital de Sahuayo, Michoacán y uno más a un pequeño poblado de Oaxaca, sede de servicio social de mis residentes.
Los cirujanos contemporáneos o viejos usaron poco o nada mis aportaciones; en su intimidad hubiese significado reconocer que en mi calidad como profesional existía algo que superaba la de ellos – Los jóvenes aprendieron a usarlas.
Lo mismo que acabo de relatar como una facilidad congénito-cultivada o desarrollo de mente-mano para imaginar y elaborar cosas materiales en un taller, sucedió en el campo de la cirugía, innovaciones o detalles para realizar y complementar procedimientos para afrontar situaciones no descritas o para prevenir complicaciones. Disfruté intensamente lo que hice y fui un amante fidelísimo de la perfección. No obstante esa intención y convicción de la cuál siempre estuve plenamente consciente, acepto que mi vida está llena de errores y tropiezos porque simple y sencillamente sólo soy un ser humano.
Dr. Manuel Campuzano Fernández Julio 3, 2015